El Castillo de Bejís

EL CASTILLO DE BEJIS
José Hinojosa Montalvo.

 

A 799 metros de altitud coronando la cima del grisáceo promontorio a cuyos pies se extiende la villa, las ruinas del castillo se confunden con la roca viva y se hacen un todo. No hay torreones que rompan la uniformidad del paisaje, ni grandes lienzos de murallas, ni viejas puertas o ventanas; tan solo los muros tronchados, de viejas piedras engarzadas en poderosa fortaleza y hoy no es sino pasado mal conocido.

El castillo ha sido siempre la pieza clave de Bejís debido a su excelente localización estratégica en la vía que, por Líria, se dirigía desde Valencia hacia Aragón. No se asienta en la mayor altura de la zona, pero su emplazamiento es ideal al contar con defensas naturales -precipicios- en gran parte del recinto y controlar los dos cursos de agua de la zona: Palancia y Canales, que confluyen a escasa distancia.

Los testimonios más antiguos de un asentamiento humano en la zona del castillo vienen dados por algunas cerámicas ibéricas y romanas, además de monedas de la época Imperial. Tradicionalmente se le atribuye un origen romano, siendo adaptado posteriormente por musulmanes y cristianos al compás de las necesidades bélicas. Es de tipo montano, de planta irregular, amoldándose a la topografía del lugar, y en su estado actual consta de un cuerpo principal y extenso albacar dividido en dos sectores, que un parte lo circundan y defienden. En el centro del recinto se levantaría la torre del homenaje, utilizada como fortaleza interior y como residencia del alcaide.

Tras caer en manos cristianas en 1228 fué entregado por Jaime I a la orden de Calatrava, cuyo escudo es aún visible en un sillar de sus ruinas. No debió mantener una guarnición muy numerosa durante los periodos de paz; sólo cuando la guerra amenazaba las fronteras del reino se reforzaban los contingentes humanos con gentes del lugar y se procedía a reparar la construcción. En cualquier caso, las actividades propiamente bélicas debieron ser muy escasas durante la Edad Media.

A partir del siglo XVI, y coincidiendo con las visitas pastorales a la villa, menudean las noticias sobre la fortaleza, lo que nos permite una reconstrucción bastante minuciosa de la misma. De 1618 es la siguiente descripción:

"A poca distancia de la villa continuando la subida a dicho monte, en el plan y eminencia de él, se encuentra la gran fortaleza de su castillo, todo él sobre peñas cortadas y rápidos, de modo que para su comunicazion desde la villa ay una subida con un gran petril o muralla inferior en treszientos pasos de distancia, formando como una calle de quatro pasos de ancha, la qual va siguiendo la misma proporción y simetría que forman las peñas hasta que llega a la punta del castillo, que está como a la mitad del ángulo que mira al monte, rematando dicho petril por todo él una altura de 6 palmos.

El plan y figura del castillo es de un quiadrándulo perfecto muy espacioso, zercado todo de murallas, cuya altura regular es de 10 palmos y en partes mucho más, según lo pide la situazión, con sus cubos y torreones a trechos, coronado uno y otro de almenas muy bien formadas y distribuidas, y aunque por la parte de adentr se reconoce que además de la gran plaza o plan descubierto avía en lo antiguo muchas obras y fábricas de torres, iglesia, palacio, habitaciones, patios, cisterna y otras diferentes ofizinas para la hermosura y complemento de la fortaleza en la forma que con más individualidad se expresa en las dos últimas descripciones de S.I. y de don Gerónimo Solis.

Todo esto se halla al presente enteramente destruido y sólo se conserba en uso un granero, que se conoce haverse fabricado de tiempo moderno y nos quartos de habitación pegados contra los torreones y murallas que miran a la parte de la villa, los quales sirven también ahora de graneros para el panizo y adaza, y assí mesmo se mantienen en pie las quatro paredes de una hermosa torre como al medio del castillo, que descuella sobre las murallas y en lo antiguo servía de fortaleza interior agregada a la iglesia, palacio y demás habitaciones principales, la qual, no obstante faltarle los pisos y obras interiores se mantiene en pie a fuerza de lo rezio y bien fabricado de sus paredes, si bien se han caido algunas almenas de su remate y por algunas partes se hallan ya ruinosos sus cimientos".

Según noticias de 1580, sabemos que la muralla era de cal y de piedra, con losas de rodeno en la parte superior para poder circular cómodamente. En la parte interior de la misma habían nueve estribos o escaleras con 8, 9, 6 y 4 gradas, por las que se subía al camino de ronda.

Esta desoladora visión debía ser la habitual en los siglos XVI y XVII, y en ello influyó no poco el abandono en que tuvo la fortaleza la propia orden de Calatrava. De hecho, el comendador estaba obligado a gastar anualmente los dos tercios de las rentas de la Encomienda en obras del castillo. En 1554, siendo comendador fray Bernardino de Mendoza, el monarca, Carlos I, le ordenó en carta expedida en Madrid el 19 de febrero de 1552, que averiguase si su antecesor en el cargo, fray García Conchillos -lo fue hasta 1551- había relizado las oportunas reparaciones. Por entonces éstas no eran de gran envergadura. Este año de 1554 se contrató con los maestros Pedro de Cubas, cantero autor de la portada de la iglesia parrroquial de Bejís, Alonso la Cueta y Pedro de Ribas las reparaciones de un cubo de la muralla, valoradas en 50 escudos, amén de otras obras menores.

Del escaso potencial bélico de que disponía el castillo nos da cuenta el inventario del visitador: "dos vergas de ballesta y dos marinetes hechos pedazos, una bombarda vieja, un arcabuz pequeño y unos pedazos de correas", en tanto que, según el alcaide, las necesidades eran de una docena de arcabuces, otra de ballestas media docena de lanzas, otra media de rodelas, un par de partesanas, un montante, media docena de espadas, algunas armas de cuerpo y unos cuantos tiros de asiento. La motivación de este armamento es clara: "a causa de estar dicho castillo cerqua de las morerías y cerquado de lugares deseñorío". El peligro de los moriscos actuando como quinta columna de los turcos en territorio cristiano era algo más que una simple posibilidad.

Pero en 1618, como vimos por la anterior descripción, la paz reinaba en la zona y el castillo fue cayendo en el abandono. Las puertas principales, por ejemplo, estaban guarnecidas con planchas de hierro, pero estaban viejas y podridas, por lo que era necesario hacer otras, poner aldabas y buenas cerraduras, goznes,etc. Flanqueaban la entrada dos torres y cubos, cuyos pisos interiores eran de madera y losas; a causa de las lluvias se había porido la madera y había que confeccionar en cada cubo un arco de cal y canto con su correspondiente bóveda y luego colocarle el enlosado. Igualmente la cisterna que estaba a la entrada, en medio del primer patio, estaba en tan mal estado que era incapaz de conservar el agua. Y así otras muchas dependencias.

Gracias a estas reparaciones abemos que había en la fortaleza una torre destinada a palomar, un par de bodegas, un huerto, situado a la derecha de la puerta principal, cercado por una tapia, y en cuyo interior en 1580 había una higuera, un manzano y hortalizas. La capilla estaba también en mal estado. En 1734 de ella sólo permanecían en pie los arcos, estando inutilizada desde hacía unos 35 años.

No obstante, en los grandes conflictos bélicos del castillo y la villa veían de nuevo albergar en su seno fuerzas militares. A principios del siglo XVIII, durante la guerra de Sucesión, que supuso el cambio de dinastía en España y el final de las libertades forales valencianas, se instalaron en Bejís tres compañías de soldados, cuyo comandante percibía en 1709 la suma de 32 libras y 9 sueldos, abonados por el municipio.

Las guerras carlistas del pasado siglo presenciaron el canto del cisne de la fortaleza. El último episodio conocido data de 1836 cuando fue ocupada la villa y el castillo a los carlistas or las tropas realistas del general Aspiroz. Por entonces era un reducto para tres cañones y tres plazas, de buena defesa, pero, como dice Madoz diez años después en su famoso Diccionario: "Su importancia militar es insignificante, por hallarse dominado de cerca por otros cerros más elevados que el que ocupa".

Con el tiempo, la ruina se fue adueñando del recinto sin que, nadie se preocupara de salvaguardar tan importante edificación, muy al contrario, se convirtió en cantera y los mejores sillares fueron arrancados y transportados al pueblo y utilizado en las edificaciones particulares. Hoy sólo es una magnífica atalaya para el visitante.

 

(Publicado en la revista "Penyagolosa", de la Diputación de Castellón, 2ª época nº 5 y 6. Febrero-marzo 1980).

 

 

 

 

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